Escena 35 – MÁS ILUSTRACIONES

Los Diez Mandamientos dieron a la nueva nación un criterio claro del bien y del mal. Eso fue algo bueno, pero la Ley de Dios también trajo malas noticias. Mostró al pueblo que tenía un problema muy serio. Debido a sus pecados, todos debían morir y ser separados de Dios.

La buena noticia era que el SEÑOR seguiría aceptando la sangre derramada de corderos, toros, machos cabríos y tórtolas para cubrir sus pecados. Y por eso, el mismo día que Dios dio sus Diez Mandamientos con voz de trueno, también dijo a Moisés:

«Háganme un altar, y ofrézcanme sobre él sus holocaustos…» (Éxodo 20:24 NVI).

Observa la imagen. ¿Ves a Moisés con la mano sobre la cabeza del cordero? ¿Ves a la gente extendiendo sus manos hacia el cordero? Creen a Dios y su camino de perdón, y por eso sus pecados son cargados sobre el cordero inocente. Después, el cordero sería sacrificado sobre el altar. La sangre derramada cubriría los pecados del pueblo. Luego, el cuerpo del animal se quemaría hasta quedar reducido a cenizas. Aquellas cenizas mostrarían al pueblo lo que Dios había hecho con sus pecados. ¡Habían sido perdonados!

Pero este sistema de ofrecer la sangre de animales por el perdón de pecados solo era una ilustración de lo que Dios realmente exigía.

”El sistema antiguo bajo la ley de Moisés era sólo una sombra —un tenue anticipo de las cosas buenas por venir —no las cosas buenas en sí mismas. Bajo aquel sistema se repetían los sacrificios una y otra vez, año tras año, pero nunca pudieron limpiar por completo a quienes venían a adorar.
Si los sacrificios hubieran podido limpiar por completo, entonces habrían dejado de ofrecerlos, porque los adoradores se habrían purificado una sola vez y para siempre, y habrían desaparecido los sentimientos de culpa.
Pero en realidad, esos sacrificios les recordaban sus pecados año tras año. Pues no es posible que la sangre de los toros y las cabras quite los pecados.” (Hebreos 10:1-4 NTV).

Los animales no fueron creados a imagen de Dios.

El valor de un cordero no es igual al valor de un hombre. Así como no puedes llevar un coche de juguete a un concesionario y ofrecerlo como pago por un vehículo real, asimismo la sangre de un cordero no podía pagar el alto precio exigido por la ley del pecado y de la muerte.

Hacía falta un sacrificio mejor.

Aunque los sacrificios de animales no podían quitar la deuda de pecado del mundo, ofrecían a los pecadores una ilustración de Aquel que sí podía quitarla.


Esto ha sido una porción (usado bajo permiso del autor) del libro «Rey de Gloria» narrado por Paul D. Bramsen 
(nota: el uso de negrillas, cursivas y algunos cambios de versión de la Biblia son nuestra y no del original) 
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