Escena 60 – EL REY ES CORONADO

Pilato sentenció a Jesús al castigo extremo de la ley romana: un azotamiento brutal seguido por la crucifixión. Los reos eran azotados con látigos que tenían incrustadas piezas afiladas de metal.

Setecientos años antes, el Señor había dicho al profeta Isaías que escribiera:

”Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que me arrancaban la barba; ante las burlas y los escupitajos no escondí mi rostro.” (Isaías 50:6 NVI).

El evangelio nos dice qué sucedió después de que azotaron al Señor.

”Algunos de los soldados del gobernador llevaron a Jesús al cuartel y llamaron a todo el regimiento.
Le quitaron la ropa y le pusieron un manto escarlata.
Armaron una corona con ramas de espinos y se la pusieron en la cabeza y le colocaron una caña de junco en la mano derecha como si fuera un cetro. Luego se arrodillaron burlonamente delante de él mientras se mofaban: «¡Viva el rey de los judíos!».
Lo escupieron, le quitaron la caña de junco y lo golpearon en la cabeza con ella.”
 (Mateo 27:27-30 NTV).

Los soldados ignoraban el significado de la corona de espinas que habían puesto con fuerza en la cabeza de Jesús. Las espinas eran parte de la maldición que había caído sobre la tierra a causa del pecado de Adán. El santo Rey de gloria había venido para cargar con la maldición del pecado por nosotros.

”Después de burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo.” (Mateo 27:31).

Dos criminales condenados fueron llevados también con Jesús. Cada uno fue obligado a cargar con su propia cruz hasta el lugar de la ejecución.

A mitad de camino del macabro desfile, los soldados romanos obligaron a un hombre del norte de África a llevar la cruz de Jesús. Después, reemprendieron la marcha a través de las calles atiborradas de Jerusalén, salieron fuera de sus murallas, y subieron la cuesta de un monte llamado Gólgota, en la zona norteña del monte Moriah, donde unos 1900 años antes, el profeta Abraham había dicho:

«El cordero, hijo mío, lo proveerá Dios…» (Génesis 22:8).

Había llegado el momento de que muriera ese Cordero.


Esto ha sido una porción (usado bajo permiso del autor) del libro «Rey de Gloria» narrado por Paul D. Bramsen 
(nota: el uso de negrillas, cursivas y algunos cambios de versión de la Biblia son nuestra y no del original) 
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